Acerca del Sufrimiento

Cargado el: 25/01/2023

La postura de nunca sufrir psicológicamente

Debido a los cambios de nuestra sociedad, el no tener que soportar ningún dolor, fastidio, demora o alteración, el no tolerar ninguna incomodidad física ha acabado por volverse lo normal. Esto no supondría necesariamente un problema si discriminásemos en qué cosas no tenemos por qué resignarnos. El efecto perverso que alberga un mundo tan cómodo estriba en la generalización que se produce desde un ámbito de nuestra vida (el físico) a otros en los que las cosas no pueden funcionar así. La eficacia de los fármacos nos ha deslumbrado, las comodidades materiales nos han encantado y las hemos adoptado rápida e irrenunciablemente y, por todo ello, al final, hemos creído que nuestra vida debía ser así en todos sus aspectos: tanto físicos como psicológicos.

De esta manera, hoy en día, la mayoría de las personas –consciente o inconscientemente– piensa que debe hacer lo necesario para tener siempre un estado psicológico de total comodidad, que la mente no debe albergar sino “pensamientos positivos”, que ante la aparición de preocupaciones y desgracias lo mejor es olvidar lo antes posible y, además, que esta vida mental es perfectamente posible y que se puede aprender. Detrás de esta concepción hay una creencia simple y fundamental: las personas felices son las que acaban cuanto antes con sus “malos rollos mentales”. Y... ¿por qué no? ¿Por qué no buscar una solución equivalente a la que proporcionan los fármacos? O, mejor aún, ¿por qué no servirse de fármacos específicos para tal fin? En el fondo, esto es lo que nuestra sociedad anhela.

Los sufrimientos psicológicos son cualitativamente diferentes a los sufrimientos físicos, pertenecen a otro orden de realidad. Tienen, con toda probabilidad, un correlato biológico, pero no son algo puramente físico-químico. Cuando queremos encararnos con ellos igual que hacemos con nuestras dificultades materiales tenemos éxito sólo a medias o sólo durante un tiempo. No podemos olvidar que la postura del nunca sufrir parte de una concepción biológica, mientras que la realidad del hombre (y, desde luego, su salud mental) no puede reducirse a algo sólo biológico, pues es al mismo tiempo histórica y social.

Y es que acabar con todo malestar psicológico supondría acabar con nuestra memoria, equivaldría a dejar de ser humanos. Como afirmó nuestro gran director de cine Luis Buñuel: “nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada”. Si una parte de nuestro cuerpo está tan dañada que no podemos vivir con ella cabe la posibilidad, en muchos casos, de bloquearla o amputarla; pero si el problema está en un recuerdo, en una experiencia, en un sentimiento ¿Cómo podemos extirparlo sin dejar de ser nosotros? Aunque la psicología clínica se ha escurrido, en los últimos tiempos, hacia un modelo biológico, éste no le es propio. Su Concepción de la salud y la enfermedad son herederas del planteamiento médico, que no es social ni histórico. La Psicología Humana, sin embargo, siempre será algo a caballo entre la realidad biológica y la social. Vivir –vivir conscientemente– implica someterse a continuas incomodidades que nos vuelven cada vez más dueños de nosotros mismos. Más adelante, en el último apartado de este capítulo, retomaré y explicaré con más detalle esta idea.

La “moda” del no sufrir nunca psicológicamente se ha propagado de tal manera que, hoy en día, cualquier persona cree imprescindible tomar tranquilizantes o acudir a un psicólogo ante acontecimientos dolorosos como la muerte de un familiar, la pérdida de un trabajo o la separación matrimonial. Antes de la existencia de los psicólogos y de los ansiolíticos ¿no pasaban esas cosas? ¿Toda la humanidad ha estado profundamente traumatizada al carecer de esos apoyos? Parece haberse olvidado que, cuando alguien sufre desgracias de este calibre, tiene que pasarlo mal, y que es precisamente querer olvidarlo a toda costa, desentenderse, dejarlo atrás cuanto antes –y no lograrlo– lo que acaba por convertirlo en traumático. Cuando nos negamos a pasarlo mal, cuando deseamos liberarnos de los remordimientos, no sufrir de pensamientos obsesivos, etcétera, nos encontramos con que tenemos ya dos problemas: por un lado, los remordimientos, las obsesiones, el malestar en sí; y, por otro, nuestro agotamiento por tratar de evitarlos,